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La historia de los almadieros es también memoria abreviada de buena parte de Navarra: la que pone en relación a los pueblos pirenaicos con los del sur y todas las riberas intermedias a través de los ríos que bajan desde el Pirineo hasta el Ebro por el Salazar, Irati, Esca y Aragón. La historia de las almadías es una historia de economía de supervivencia en unas duras condiciones y es también la memoria de los puentes, esclusas y puertos que se construyeron a su paso, de los esfuerzos por hacer navegables los ríos. Almadieros y barranqueadores formaron parte del paisaje y la cultura de esta tierra hasta mediados del siglo XX. Ser almadiero era un modo de vivir instalado en el riesgo que otorgaba a los madereros una forma de vida llena de peligros y poco dinero: los rápidos y remolinos del río, las presas y los molinos, los puentes y las foces, el riesgo de caer al agua bajo la almadía sin posibilidad de salir a la superficie…
La riqueza forestal de los valles aragoneses de Hecho y Ansó y los navarros de Salazar, Aezkoa y Roncal fue muy apreciada para la construcción de los barcos de la Armada Real o para obras como el Canal Imperial, la Ciudadela de Pamplona o los palacios reales de Olite y Tafalla, y el río era el único medio de transporte para la madera de estos bosques.
Las almadías estaban articuladas en varios tramos, de cuatro a seis generalmente, que se unían con ramas maceradas de avellano llamadas “vergas”. “Docenes, trecenes y cuatrocenes” eran algunas de las longitudes que se usaban para la medición de los maderos.
La época almadiera estaba limitada por el nivel de las aguas. En el Valle de Salazar empezaba en los primeros días de diciembre y terminaba a finales de mayo, cuando las aguas “mayencas” del deshielo empezaban a reducir su caudal. Durante el verano, el trabajo estaba en el bosque: cortar y arrastrar la madera hasta el atadero. Con el otoño avanzado, una vez construida la almadía y con un caudal suficiente para aguar la embarcación, el río marcaba el recorrido a seguir. Finalizado éste, los almadieros comenzaban el regreso andando hacia el valle en busca de una nueva almadía. Mientras tanto, las mujeres se quedaban en los pueblos a cargo de la economía doméstica: la familia, la casa, los animales y el huerto.
El río Salazar nace en Ochagavía de la unión de los ríos Anduña y Zatoya. En su recorrido atraviesa de norte a sur el Valle de Salazar, el Almiradío de Navascués y una parte del Romanzado, para desembocar en el río Irati junto a Lumbier. Para poder navegar con las almadías se construyeron varias presas con su correspondiente “lisadero” -como es el caso de Ezcároz, todavía hoy visible-, en el que los almadieros mostraban su pericia con los remos.
La presa de Ezcároz desapareció en 1907 debido a una gran riada, por lo que tuvo que ser reconstruida tal y como se conserva en la actualidad. También debían hacer frente los navegantes salacencos a los peligros de la espectacular foz de Arbaiun, cerca ya de Lumbier, que requería permanentes labores de limpieza para hacerla navegables y que llevó a los almadieros a agruparse ya en el siglo XX en la denominada Sociedad de Almadieros para mantener en buen estado de navegación el cauce del río Salazar. Los almadieros utilizaban un sistema peculiar de contabilidad en la venta de los maderos, mediante rayas en forma de cuadros. Y su indumentaria era la típica de trabajo del valle: abarcas para cubrir los pies y espaldero hecho con piel de cabra por los hombros para protegerse del frío y la lluvia.
Las almadías hicieron este recorrido durante varios siglos hasta 1951 aproximadamente, cuando los camiones pusieron punto final a este peligroso oficio. En aquellos últimos años destacó en Ezcároz la figura empresarial de Eustaquio Udi, cuya actividad forestal generó un importante tráfico almadiero. Félix Iribarren, Carmelo Aznárez, Victorio Iribarren, Roberto Barberena y Esteban Udi son, entre otros, algunos de los últimos almadieros que hubo en Ezcároz